La chica alegre
Epílogo
La pérdida de Kari dejó en mí una huella muy profunda, una cicatriz que el tiempo no sanó fácilmente. Dentro de mí sentí que algo se rompió, algo muy valioso y muy puro, muy prístino, pero al que no puedo darle un nombre. Incluso hoy, después de los años que pasaron, me cuesta explicarlo.
Algo se rompió y yo ya no fui el mismo nunca más.
En la escuela, la desaparición de Kari también produjo un impacto muy negativo. Demasiado rápidamente el curso perdió su alegría de vivir, sin nadie que constantemente nos mantuviera los ánimos arriba. Las amigas de Kari pasaron el resto del año entristecidas. Nadie sabía qué era lo que le había sucedido a Kari, y yo no quise hablar, en parte para no revelar —para proteger, visto de cierta manera— el lado desconocido que tenía —de todas formas, difícilmente me hubieran creído—, y en parte porque realmente yo no sabía exactamente qué le había ocurrido a ella.
Aira, como vicepresidenta, tuvo que hacerse cargo de la presidencia del Consejo. Su primera medida fue pedirnos no referirnos a ella como «Presidenta», porque la presidenta seguía siendo Kari. De modo que seguimos llamándola «Vicepresidenta». En reemplazo de Aira, la escuela eligió a un nuevo vicepresidente del Consejo, cuyo título de facto pasó a ser «Asistente de la Vicepresidenta».
Nunca se volvieron a tener noticias de Kari. La policía fue llamada a investigar, pero pronto bajaron los brazos, en cuanto pudieron esgrimir la excusa de que no había suficientes pistas para continuar la investigación.
Luego, al final del año escolar, todos nos graduamos, y cada quien siguió su camino.
Y yo seguí viviendo como pude. Jamás pude regresar a la casa de Kari, ni aproximarme a ella siquiera sino hasta después de un largo tiempo. Incluso me fui de la ciudad. Y aquí estoy ahora.
Kari y yo salimos por sólo un día —o menos que eso—, pero aún la recuerdo con cariño. Después de todo este tiempo, aún la recuerdo.
Como si la pudiera olvidar. Como si se pudiera olvidar una historia tan increíble, tan dulce y tan amarga a la vez, tan generosa y también tan despiadada.
Sí, todavía la recuerdo.
En mi memoria aún es «la chica alegre».
Mi chica alegre.
La felicidad nunca es completa y, para colmo de males, dura muy poco. Y uno la busca, trata de hallarla o de atraerla de nuevo, y no puede o no se le permite volver a experimentarla si no es esporádicamente. Y así, buscándola, se le va la vida a uno.
Pero aquí estoy.
Y ahora que te conté mi historia, me permito retirarme a descansar. Que ya es de madrugada y yo me desvelé para contarte esta historia, y en la mañana debo levantarme temprano para un asunto importante.
Así que, buenas noches.